Hay personas que se encuentran literalmente enomoradas de Dios. Ese enamoramiento surge y es inevitable que surja cuando el ser humano es consciente de que Dios está también enamorado de el. Cuando una persona es consciente del amor que Dios siente por el, ese enamoramiento nace como el de un niño indefenso, con miedos y mucho frío, al que de repente los amorosos barzos de su padre le cogen y le dan protección, calor y seguridad.
Estos intensos sentimientos de profundo amor a Dios deben ser incluídos en la mística, Aunque no hay theosis (comunión del alma con Dios mismo), si hay un chispazo de Dios en el alma. Porque todo indica que Dios reacciona ante el gran amor que una criatura humana suya le muestra también con una gran fuerza de amor. Starbuck recopiló numerosos casos, y he aquí algunos. Éste es de un que escribe un hombre de 27 años:
“En diversas ocasiones he sentido que gozaba de un período de comunión intima con la divinidad. Estos encuentros se producían repentinamente y sin haberlos pedido, y parecían consistir simplemente en la eliminación temporal de los convencionalismos que normalmente rodean y cubren mi vida... Una vez ocurrió mientras contemplaba el paisaje quebrado y ondulado que se extendía en un ancho abrigo sobre el que aparecía el océano en el horizonte, desde la cima de una montaña. Otra vez, en el mismo lugar, cuando por debajo de mí no podía ver más que la expansión ilimitada de una nube blanca, en cuya superficie lisa parecía que unos cuantos picos se hundiesen, incluyendo aquel en que me encontraba. Lo que sentí en estas ocasiones fue una pérdida temporal de identidad, acompañada de una iluminación que me reveló un significado más profundo de la vida del que yo solía otorgarle. Es aquí donde encuentro la justificación para decir que era fruto de la comunicación con Dios. Naturalmente, la ausencia de tal ser sería el caos, no puedo concebir la vida sin su presencia”.
La siguiente muestra, de la colección de manuscritos del profesor Starbuck, puede servir para dar una idea de la sensación más habitual y, por decir así, más crónica de la presencia de Dios. Se trata de un hombre de 49 años, seguramente miles de cristianos verdaderos escribirían un relato casi idéntico.
“Dios es más real para mí que cualquier otro pensamiento, cosa o persona. Siento verdaderamente su presencia y vivo en tan íntima armonía con sus leyes como si estuviesen escritos en mi cuerpo y en mi alma, lo siento cuando llueve y cuando hace sol. Lo que mejor describe mis sentimientos es un temor reverencial mezclado con un estado de reposo delicioso. Hablo con Él como con un compañero de oración, y rezo intensamente, y nuestra comunión es muy grata; siempre me responde, a menudo con palabras dichas tan claramente que parece que mi oído externo oiga el susurro, pero en general lo hace mediante fuertes sacudidas mentales. Normalmente leyendo un texto de las escrituras que expone una nueva visión de Él y de su amor por mí, y su preocupación por mi seguridad. Podría poner centenares de ejemplos, en materias de estudio, problemas sociales, dificultades financieras, etc. Nunca olvido que Él es mío y yo soy suyo; es una alegría permanente. Sin Él la vida sería un vacío, un desierto, un erial sin costas ni caminos”.
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