La oración de quietud no es el estado de reposo o descanso que el alma tiene en toda contemplación normal, sino un estado en que el intelecto abandona los trabajos del discurso poniendo la vista en la verdad que se le ofrece, y la voluntad se aquieta en el objeto de su atracción, que es Dios. Por un lado, pues, la voluntad queda cautivada por Dios; mas de otro lado, las demás potencias quedan libres y a veces frenadas en su actividad natural, por ejemplo, la imaginación anda estorbando, pero sin descansar en sus afanes, aunque a veces la oración va acompañada de una dulce suavidad. Esta oración de quietud puede venir por pocos minutos, o se interrumpe por mucho tiempo; por donde el alma entiende que esta dulzura espiritual es pura gracia de la bondad divina y no fruto de diligencia humana.
La oración de quietud puede tomar la forma de embriaguez espiritual, en la que el gozo espiritual se desborda con tal vehemencia hacia los sentidos interiores y las potencias superiores, que el alma prorrumpe en voces y exclamaciones. Esto se realiza también en la “cuarta morada”, que coincide con la “tercera agua” que indica Santa Teresa en su Vida: “Háblanse aquí muchas palabras en alabanza de Dios sin concierto, si el mesmo Señor no las concierta; al menos el entendimiento no vale aquí nada... Toda ella querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene ansí. Yo sé de persona que, con no ser poeta, le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas, declarando su pena... ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos que no le fuese sabroso pasarlos por su Señor?” (Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 16, nn. 3 y 4). Estamos ante una incoación mística de la contemplación.
El sueño espiritual es también una desactivación de las potencias interiores sensitivas, mientras las racionales se ocupan intensamente en Dios, aunque sin llegar a la suspensión estricta. Este sueño de las potencias no es todavía arrobamiento ni unión.
De manera análoga se comporta el silencio espiritual, que es una ausencia de todo discurso, de modo que las potencias no se ocupan en sus objetos propios y naturales. Dice Santa Teresa: “Es un sueño de las potencias, que ni del todo se pierden, ni entienden cómo obran... No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios... Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma”. (Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 16, n. 1).
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