La experiencia de Dios

La experiencia de Dios

EL CASTILLO INTERIOR SEGÚN TERESA

Primer grado místico: oración de quietud y embriaguez espiritual
El primer grado, como antes se dijo, está ya en las cuartas moradas teresianas, donde aparece una original inflexión, precisamente el nivel místico llamado de “simple unión”, donde la voluntad queda cautivada por el contento que Dios le otorga, de modo que con frecuencia las demás potencias interiores también se recogen en ese gozo, pero no se suspenden y, por eso, a veces la distraen de su quietud.
“Quiere Dios por su grandeza que entienda esta alma que está su Majestad tan cerca de ella, que ya no ha menester enviarle mensaje­ros, sino hablar ella mesma con Él, y no a voces, porque está ya tan cerca, que en meneando los labios la entiende... Y que entendamos aquí que nos entiende y lo que hace su presencia, y que quiere particularmente comenzar a obrar en el alma, en la gran satisfacción interior y exterior que le da… No ve al buen Maestro que la enseña, aunque entiende claro que está con ella”[5].
No hay, pues, en este alto grado verdadera suspensión de las potencias interiores, ni ve el alma al Maestro que la enseña, pero empieza con un recogimiento preparatorio. A este grado se le llama oración de quie­tud[6], que toma a veces la forma de embriaguez espiritual[7], o de sueño es­piritual o de silencio espiritual[8]. Nótese que la embriaguez espiritual no se halla en grado diverso de la quietud, aunque arrastre cierta enajenación de sentidos y sea considerada supe­rior.

Por su parte, el recogimiento infuso o pasivo es una concentración de las potencias hacia el interior, apartándose de todos los objetos de fuera, producido por Dios de manera repentina y suave, sin haberlo procu­rado el alma con su esfuerzo. Este recogimiento es el preludio o la incoación de la oración de quietud. (En otra página se indicará el fenómeno correspondiente en Sor Mónica).
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Segundo grado místico: unión de arrobamiento y desposorio espiritual

El segundo grado, un nivel más alto –analizado por Santa Teresa en las moradas quintas–, encierra la esencia misma de la con­templación: incluye el profundo senti­miento de una presencia divina directamente experimentada, y la suspensión de las potencias internas, totalmente ocupadas en el objeto divino sin distracción alguna. De aquí el llamarse unión este grado místico, y, con más propiedad aún, unión de todas las potencias: se diferencia así  del grado precedente u oración de quietud, en el cual la unión pasiva es incom­pleta o sólo in­coada. Y por ser tan íntima y secreta la mencionada unión, que no puede caber en ella engaño de la fantasía o del demonio, queda el alma certísima de haber recibido esta amorosa visita del Señor, constituyendo semejante certidumbre otro de los caracteres de este nivel.

Esta unión mística o pasiva puede culminar, dentro de su propio grado, en unión de arrobamiento –analizada por Santa Teresa en las moradas sextas–, donde existe una mayor intensidad o energía que las potencias ponen para adherirse al objeto contemplado, la cual trae consigo enajenación o pérdida procesual de los sentidos exteriores en el acto mismo de la unión de arrobamiento, y en mayor estabilidad del alma en el servicio divino.

Ambas formas de unión son establecidas por San Juan de la Cruz en un mismo grado, bajo el nombre de unión o desposorio espiritual[9], y Santa Teresa la describe en su Vida con el nombre de la cuarta agua. Y aunque la Santa distinga muy clara y determinadamente la unión simple de la unión de arrobamiento, no encuentra dife­rencia notable entre ambas, sino en sus afectos y provechos, pero estas diferencias de intensidad no bastan para establecer diversidad esencial de grados.
Ahora bien, no a todas las almas que están en este grado se les comunica la misma medida de conocimiento y de sentimiento, aunque siempre se hallen “en estado de desposorio espiritual”[10], Y como las diferencias son de intensidad, no constituyen –como acabo de decir– una diversidad esencial de grado.

La “unión simple” se da, en este segundo grado, acompañada, primero, por un íntimo sentimiento de la presencia divina o afecto producido por las visitas que Dios hace al alma; segundo, por la suspensión de las potencias interiores, en cierta manera perdidas o dormidas; tercero, por la certeza que tiene el alma de haber recibido esta merced de Dios.
El tiempo que dura el acto de “unión de arrobamiento” suele ser muy breve al principio, para permanecer por un espacio de media hora en los momentos más avanzados; pero nunca pasa a constituir verdadero hábito, o un acto continuo, ni siquiera en el llamado “matrimonio espiritual”.
 “Ve el alma y gusta en esta divina unión abundancia y riquezas inestima­bles, y halla todo el descanso y recreación que ella desea, y entiende secretos e inteligencias de Dios extrañas, que es otro manjar de los que me­jor le saben, y siente en Dios un terrible poder y fuerza que todo otro poder y fuerza priva, y gusta allí admirable suavidad y deleite de espíritu... y sobre todo entiende y goza de inestimable refección de amor, que la confirma en amor”[11].
Así pues, cuando la unión, antes simple, es tan intensa que produce la enajenación o suspensión de los sentidos se llama arrobamiento. Dice Santa Teresa:
“La diferencia que hay del arro­bamiento a la unión es ésta: que dura más, y siéntese más en esto exterior, porque se va acor­tando el huelgo, de manera que no se puede ha­blar, ni los ojos abrir, y aunque esto mismo se hace en la unión, es acá con mayor fuerza, por­que el calor natural se va no sé yo adonde, que cuando es grande el arrobamiento (que en todas estas maneras de oración hay más o menos), cuan­do es grande, como digo, quedan las manos hela­das y algunas veces extendidas como unos palos; y el cuerpo, si le toma en pie, así se queda, o de rodillas, y es tanto lo que se emplea en el gozo de lo que el Señor le representa, que parece se le olvida al alma de animar en el cuerpo y le deja desamparado”[12].

Por las palabras de la Santa puede deducirse que la di­ferencia entre unión simple y unión de arrobamiento no es, repito, radical o esencial, pues estriba en la energía o intensidad desarrollada, siendo la causa inmediata del arrebato la absorción de la fuerza vital humana por parte de las potencias superio­res, para adherirse más intensamente al objeto divino de su amor.
Santa Teresa advirtió reiteradamente que las señales de esta unión de arrobamiento no pueden confundirse con los letar­gos –actualmente llamados catalepsia, histeris­mo, sonambulismo o hipnotismo, que suelen ser desequilibrios nerviosos–.  Los efectos que en el alma deja la unión de verdadero arrobamiento sobrenatural van desde la mayor ilustración del entendimiento sobre las verdades de la fe, y el mayor conocimiento que adquiere el alma de sí misma, a los sentimientos de paz, de confianza y de entregamiento a Dios. Decía Santa Teresa:
“No es como a quien toma un desmayo o paroxismo, que ninguna cosa in­terior ni exterior entiende. Lo que yo en­tiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para las cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de su Majestad. Parecerá imposible, porque si las potencias están absortas, que podemos decir que están muertas, y los sen­tidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que en­tiende ese secreto? Yo no lo sé, ni

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