Considerada una de las grandes místicas de su siglo (Siglo XIV), destacó asimismo su faceta de predicadora y escritora, así como su decisiva contribución al regreso del papado a Roma tras el exilio de Aviñón. Es una santa muy venerada y popular en fundaciones, iglesias y santuarios de la Orden dominicana.
Catalina fue hija de Jacobo Benincasa, tintorero, y de Lapa di Puccio di Piagente (o Piacenti), hija de un poeta local. Sus padres formaron una familia numerosa: Catalina era la hija número veintitrés de un total de veinticinco partos: su hermana gemela Giovanna murió recién nacida. Al año siguiente, durante la epidemia de peste negra que asoló Europa, tuvo lugar el último parto que no prosperó.1
Fue bautizada como Catalina Benincasa, pertenecía a una familia de la clase media-baja de la sociedad, compuesta básicamente por fontaneros y notarios, conocida como "la fiesta de los 12", quienes entre una revolución y otra, gobernaron en la república de Siena desde 1355 hasta 1368.
Sus hermanos la apodaron como Eufrosina. Catalina no tuvo una educación formal; desde temprana edad mostró su gusto por la soledad y la oración, y siendo niña todavía, a la edad de siete años, se consagró a la mortificación e hizo voto de castidad. A los doce años sus inadvertidos padres comenzaron a hacer planes de matrimonio para Catalina, pero ella reaccionó cortándose todo su cabello y encerrándose, con un velo sobre su cabeza. Con el objetivo de persuadirla, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida. Sólo un evento inusual, una paloma que se posó en la cabeza de Catalina mientras oraba, convenció a Jacobo de la sincera vocación de su hija.
A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, sólo alimentada por la Eucaristía. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario.
Seguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un matrimonio místico con Jesús, en la basílica de Santo Domingo de Siena, teniendo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpede Estado.
Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada, y aún, si hubiera de creer a los historiadores de su época, podría decirse que operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública. Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con las principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, emplazándolo a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios.
En junio de 1376 Catalina fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia, con el fin de lograr la paz de dicha república con los Estados Pontificios y el papa mismo. La impresión que causó Catalina en el papa significó el retorno de éste a Roma el 17 de enero de 1377.
Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede. Respondió a las cuestiones capciosas de algunos sabios y de varios obispos, de un modo que los confundió. Tras grandes trabajos e inmensas dificultades, reconcilió a los florentinos con el papa Urbano VI, sucesor de Gregorio XI, colgando el 18 de julio de 1378 una rama de olivo en el Palacio en señal de paz.
Se retiró luego a la más profunda soledad; pero de allí hubo de sacarla el Cisma de Occidente. Apoyó al papa romano Urbano VI, quien la convocó a Roma, donde vivió hasta su muerte el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años. Fue sepultada en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma; su cráneo fue llevado a la iglesia de Santo Domingo de Siena en 1384 y un pie se encuentra en Venecia.
Según Catalina, Dios es
"la luz más allá de toda la luz que da luz sobrenatural ojo de la mente de tal plenitud y perfección que aportar claridad, incluso a la luz de la fe. En esa fe veo que mi alma tiene luz, y esa luz que recibe la luz que son ....
... usted mismo respondió y me satisfecho por mí inundando con una luz de gracia, para que con la luz que me permite dar gracias que usted ....
Catalina de Siena escribe que con "la luz que siento me da la sensación de que mi alma se encontrase embriagada".
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