La experiencia de Dios

La experiencia de Dios

LA EXPERIENCIA DE SANACIÓN Y CONVERSIÓN DE SAMUEL HOPKINS HADLEY

Ya hemos visto en varias entradas como la theosis o unión con Dios crea grandes regeneradores sociales. En un campo, como en la ayuda a los alcohólicos, vimos a Bill Willamson, fundador de Alcohólicos Anónimos. Sin embargo, algunas décadas antes alguien experimento lo mismo que Williamson, y en las mismas circunstancias. Es el caso de S. H. Hadley, que después de su conversión tras su experiencia del Amor Divino se transformó en un activo y útil redentor de alcohólicos en Nueva York. Su experiencia fue como sigue:

 “Un martes por la tarde, sentado en un bar de Harlem, era un borracho sin casa, sin amigos, moribundo. Había empeñado o vendido todo lo que me podía proporcionar bebida; no podía dormir sin no estaba completamente embriagado. Hacía días que no comía y las cuatro noches anteriores había padecido delirium tremens, terrores, desde medianoche hasta la mañana. Frecuentemente me había repetido “jamás seré un vagabundo”, “nuca seré un holgazán; cuando llegue ese día, si llega, encontraré un lugar en el fondo del río”. Pero el Señor lo dispuso de tal manera que cuando llegó el día esperado no podía andar ni una cuarta parte del camino hasta el río”. Pero el Señor lo dispuso de tal manera que cuando llegó el día esperado no podía andar ni una cuarta parte del camino hasta el río. Mientras estaba así, pensando, sentí una presencia grande y poderosa. Entonces no sabía qué era, más tarde supe que era Jesús, el amigo del pecador. Fui hacia la barra del bar y la golpeé hasta que los vasos se tambalearon; los que bebían miraban con curiosidad desdeñosa. Grité que nunca más bebería si había de morir en la calle, y me sentía como si eso hubiese de suceder antes de la mañana siguiente. Alguien me respondió: “Si quieres mantener esta promesa ve a que te encierren”. Fui al cuartel de policía más próximo e hice que me encerraran; estaba en una celda estrecha y parecía que todos, todos los demonios que encontraban sitio estuviesen allí conmigo. NO era ésta toda la compañía que tenía. ¡No!, por el amor de Dios, aquel espíritu que había aparecido en el bar estaba allí y repetía: “¡Reza!” Lo hice y a pesar de que no encontraba gran ayuda continué. Tan pronto como pude dejar la celda me levaron al tribunal y fui reenviado a la celda. Al final me dejaron libre y me dirigí a casa de mi hermano que me atendió. Mientras estaba en la cama el Espíritu consejero no me abandonó y cuando el segundo sábado me levanté noté que aquel día se decidiría mi destino; y hacia la tarde se me ocurrió ir a la misión de Jerry M’Auley. Fui, la casa estaba llena y me abrí paso con dificultad hacia la tribuna. Allí vi al apóstol del embriagado y el marginado, al hombre de Dios, Jerry M’Auley, se acercó y, en medio de un gran silencio, explicó su experiencia. Había tal sinceridad en aquel hombre que destilaba convicción y me son meditados y nos hablan de vez en cuando, hasta que se vuelven más y más notables según su punto de vista y otras partes que son descuidadas se vuelven más y más oscuras. Así, lo que han experimentado es forzado insensiblemente hasta conformarlo exactamente con el esquema ya establecido en sus mentes. A pesar de esto, resulta natural para los sacerdotes, que han de tratar con aquellos que insisten en la precisión del método. encontré diciendo: “Te pregunto si Dios puede salvarme”. Escuché el testimonio de treinta personas, más o menos, cada una de las cuales había sido redimida del alcohol, y me dije que me salvaría o moriría allí mismo. Cuando se nos propuso me arrodillé junto con una multitud de bebedores; Jerry hizo la primera plegaria, después lo hizo su mujer, con fervor. ¡Qué conflicto había en mi alma! Un bendito susurro dijo: “¡Ven!”; el demonio insistía: “¡Vigila!” Me paré un momento, y después con el corazón deshecho, repetí: “Amado Jesús, ¿me puedes ayudar?” Jamás, con mi lengua mortal, podré describir aquel momento, a pesar de que hasta entonces mi alma se había sentido presa de una oscuridad indescriptible, sentí la luz gloriosa del sol del mediodía brillando en mi corazón. Me sentí libre. ¡Oh preciado sentimiento de seguridad, de libertad, de estar con Jesús! Sentí que Cristo, con todo su resplandor y poder, había entrado en mi vida y que, de hecho, las viejas cosas habían desaparecido y todo se había vuelto nuevo. “Desde aquel momento hasta ahora nunca he vuelto a beber un vaso de whisky y no existe el dinero suficiente para hacerme beber uno. Prometí a Dios aquella noche que si me libraba del deseo de beber trabajaría toda mi vida por Él. Él ha cumplido su parte y yo he intentado cumplir la mía”.

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